Fotografía documental de familias

La vida pone de manifiesto una y otra vez lo que siento y creo sobre el poder de una foto. Casera o profesional, una foto o varias, son pasajes directos para viajar en el tiempo.

Por eso me gusta tanto registrar momentos, gestos, miradas, abrazos, caricias, festejos, carcajadas, caprichos, berrinches, pucheros, sonrisas compradoras. Formas. La del remolino en la cabeza de los más chiquitos, las manos sin nudillos aún a la vista o con ellos, según la etapa en que se encuentren. La forma de los ojos y sus cambios al mirar y expresarse. El perfil, que tanto cambia con el paso del tiempo. La forma en que una mano hace contacto con el otro, para mimarlo, amarlo o contenerlo.

Y si bien lo mejor es vivir el presente, las fotos se transforman en la memoria que vamos perdiendo. Porque mucho, más de lo que nos gustaría, se nos escapa. Y ahí están las imágenes de estos detalles o momentos, para transportarte a esa etapa en que tu bebé sacaba la lengua todo el tiempo mientras vivía su dentición. Para revivir el modo en que se miraban cuando le dabas el pecho, cuando tomaba su mamadera. Para recordar el tamaño de su cuerpo sobre el tuyo, para volver a sentir el olorcito embriagador de tu bebé. Ese que quedaba impregnado en tus manos, en tu cuerpo, que ahora cuando ves las fotos se vuelve vívido y podés por minutos sentirlo una vez más. Las fotos despiertan otros sentidos, no son sólo algo visual.

¿Querés ver cómo era tu vida cuando tu memoria estaba ocupada en absorber el mundo que te rodeaba? Ahí están las fotos, porque lo cotidiano se escapa. Ahí están las fotos, contándote como era tu mundo, tu familia, tu hogar cuando tu memoria te falla. Para darte fuerzas en un momento difícil, para que tengas presente quienes están con vos aunque no estén. Para que veas la vida por la que estás luchando. Desde las fotos te sonríen o te conmueven quienes hacen fuerza con vos.

Las fotos son poderosas, cuentan cosas, hablan de lo que se calla, muestran y provocan emociones para un público sin límites de edad, geografía, raza, credo. Las fotos son lenguaje universal.

Por todo esto y mucho más es que amo hacer lo que hago. Eventos o sesiones, da igual. Cuando trabajo con recién nacidos, bebés o chiquitos, les digo siempre a mis clientes que hoy ellos son guardianes de las fotos pero mi trabajo tiene un destinatario a largo plazo. Lo hago pensando que en unos años mis clientitos se podrán reconocer en ellas. Para que cuando les llegue el turno de estar en el lugar de sus padres puedan ver todo lo que veo y que probablemente no van a recordar.

Me encanta hacer retratos, los hago con placer, los disfruto, pero no trabajo para el portarretratos. Mi fin, mi meta, lo que intento lograr con mayor o menor éxito, lo que me emociona y más me moviliza es registrar quienes son y el modo en que se relacionan. Dejarles un poco de su historia, para que la tengan a mano cuando la necesiten revivir, para recobrar fuerzas, emocionarse o sonreír.

La fotografía documental de familias registra la vida de los protagonistas sin interferencias ni dirección. Sin que haya que arreglar para la foto absolutamente nada. Ni la ropa, ni la casa, ni los modos. Tu vida tal como es, día a día, eso es lo que celebra esta forma de mirar familias a través de un lente. Valorar lo cotidiano, perfecto como es, con todos sus bemoles. Porque las fotos no son para quien las saca, ni para los otros, las fotos son para ustedes, para vos, para tus hijos. Porque lo más valioso que tenés es la familia que construiste, el hogar que la cobija y cuanto más reales sean estos recuerdos, más valor tendrán.

Es la misión que tenemos por delante quienes hacemos fotografía documental de familias, dejar algunos retratos pero por sobre todo momentos, recuerdos, fragmentos de sus historias.

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